TIEMPO RECOBRADO

Antes de la Revolución

HAY una canción de Gino Paoli que me gusta mucho y que cuenta la historia de la primera cita de una pareja. Se titula Ricordati. Ella apenas puede caminar porque lleva tacones y se apoya en el brazo de él mientras recorren las calles de la ciudad, bañada por la lluvia.

Bertolucci escogió esta canción para ilustrar el encuentro entre Fabrizio y Gina en Prima della Rivoluzione, estrenada en 1964. Ambos se buscan en la plaza Garibaldi de Parma, repleta de gente. Y, como dice la letra de la canción, «todo comenzó aquel día que era como otro cualquiera».

Es la historia de un amor imposible entre tía y sobrino, al igual que sucede en La cartuja de Parma, la novela de Stendhal, entre Fabrizio y la duquesa Sanseverina. Bertolucci subraya el parecido al llamar a los protagonistas con el mismo nombre.

Vi la película en Madrid en los años 70. Años más tarde recorrí las calles de Parma. Había muchos carteles de Enrico Berlinguer y estuve dando vueltas bajo la estatua de Garibaldi, imaginando a Gina tropezando con sus altos tacones y con un montón de paquetes sobre sus brazos.

La canción de Paoli, el film de Bertolucci y la novela de Stendhal se cruzaban en mi memoria como los pasajes de un laberinto que nos conduce a ese país secreto donde la ficción se anuda con la realidad.

Al igual que Fabrizio, militante desencantado del Partido Comunista, yo también tenía que tomar una decisión que podía cambiar mi vida. Y la ruptura de éste con Gina para casarse con Clelia, una joven de la alta burguesía, me parecía tan real y dolorosa como mi propio dilema.

Era una encrucijada similar a la que llevó a Gino Paoli, luego diputado comunista, a dispararse un tiro en el corazón al no poder conseguir el amor de Ornella Vanoni, que bien podría ser la Gina de Prima della Rivoluzione. Y la misma decepción del joven marxista Bertolucci, hijo de un histórico dirigente y amigo de Pasolini, que decide romper con la patria-partido.

En la literatura, en el cine y en la vida de repente todos los hilos se cruzan y el destino parece llevarnos en volandas, lo mismo que el viento agita una hoja en otoño.

En aquellos años, todos queríamos ser felices y cambiar el mundo. Pero apenas hemos conseguido nada. Los viejos dilemas parecen hoy irrelevantes. Sin embargo, nos inunda el corazón esa nostalgia por los tiempos de antes de la Revolución, que, parafraseando a Talleyrand, identificamos con la dulzura de vivir porque entonces todavía eramos capaces de soñar.

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